domingo, 30 de agosto de 2009

Ya estaba un poco harto…

De que me buscaras con cualquier pretexto. Siempre haciéndote la encontradiza, buscando a alguien que abriera mi buzón para revisar mis cartas. Te comenzabas a parecer a la chica que describe Morrissey en Suedehead y te diría que a Glenn Close en Atracción Fatal pero no la he visto. Entonces no puedo hacer la analogía, espero que no te moleste. No me asustabas, me anonadabas.

Me harté de tus indirectas. De que me hicieras sentir que invadía tu espacio cuando era justamente lo contrario. De encontrar tu cara en todos lados, puesto que la Hola y la US Weekly morían por detalles sobre lo nuestro. De que buscaras una palabra de reproche para vender la exclusiva. Una sola. De que olvidaras que pataleabas contra una pared de silencio.

Me harté de tus cirugías. Llevas como veintitrés y todas han sido a mi costa. No es mi problema si no estás cómoda en tu propia piel, y si te avergüenzas de lo que eres. Y Dios sabe que yo también pasé y pasaré muchas veces por el quirófano, pero mi esencia seguirá siendo la misma. ¿No te has dado cuenta que estábamos locos por tu naturalidad?

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Me harté, muy pronto, de que desearas fervientemente ser la villana de la telenovela. La bruja del cuento de hadas. De que vieras la vida en blanco y negro y creyeras que las malas más desalmadas se divertían. Eso es cierto, y tener un poco de maldad es grandioso –pregunta a Truman Capote y a la Thatcher-, pero un comentario malicioso al día es mucho más divertido que una vida maquiavélica. Y te informo que el karma existe.

Me harté de tu envidia. Creo que desde que estábamos casados. De la vez que mencioné, en la comida, el complejo de superioridad y quisiste sacarme los ojos con el tenedor. Me harté de tu inseguridad y de lo desagradable que era la envidia que ésta provocaba.

Me harté de que vendieras tu dignidad al mejor postor. Creo que me siento un poco mal conmigo mismo por eso. Por eso y porque el otro día me hicieron llegar unas fotos tuyas en un sobre cerrado, donde posabas para la lente más provocativa sin un asomo de vergüenza. Me retracto: eso no es malo ni me atañe. Me entristeció más el ver cómo accediste a tatuarte anuncios publicitarios de marcas que detestabas –y aún detestas-, por treinta mil dólares. ¿Eso vales?

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Me harté de que quisieras hacerme reaccionar a toda costa y me enfureció que casi lo lograras. Que te menearas frente a mí con un look imitado de París. Entiende: a mí me da igual que traigas un pantalón pitillo o un vestido de Alta Costura. Simplemente no estás más en mi agenda.

Me harté de que no seas una buena perdedora. De que no puedas soportar que rehazca mi vida y envíes elementos extraños para tambalearla. De buscar siempre una venganza cuando estábamos a mano. De que siempre pierdas y no sepas aceptar una derrota de una forma honorable. Y, creeme, estás programada para perder.

Me harté de que intentes embarrarme en la cara tu nueva vida, en la cual el jet set que tanto amabas (y que quizá fue una de las razones por las que te casaste conmigo) te recibe con una sonrisa congelada y te destroza apenas te das la vuelta. Tienes dinero, pero no linaje, y ellos no perdonan.

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Me harté de tu oportunismo, de que pisotearas en público los abrigos de piel que te regalé porque ahora son políticamente incorrectos. Porque hace seis meses votabas por los demócratas y hoy por los republicanos. Porque si mañana está de moda tomar leche orgánica, tú te comprarías un galón.

Me harté de tu lujuria. De que quisieras posar para el Calendario Pirelli, luego para Playboy, luego para Penthouse y para Hustler. Dices que el sexo es sucio si se hace bien y estoy de acuerdo, pero no es para tanto. Nos queda claro que eres moderna y liberada ¿y a tí? Cuando me preguntan sobre tus portadas y tu afición a mostrar tus implantes suelo cambiar de tema.

Me harté de tus ansias de protagonismo. De querer tener el mando de la conversación, de mentir descaradamente antes de admitir que no sabes quién es Alfred Hitchcock, de que los entendidos te pongan siempre al descubierto. De que me hablaras de Ludwig Wittgenstein (¿por lo menos lo has leído?). Me harté de tus poses.

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Me harté de ti. De que me dejaras del modo en que lo hiciste. De lidiar con mi dolor y con tus chantajes durante algunos meses (habrá durado poco la angustia, pero es angustia a fin de cuentas), de que te niegues a pedirte una disculpa. Sí, a ti misma. De tus ruegos para que volviera contigo. No voy a volver.

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Pensé que con el divorcio esto llegaría a su fin pero no es verdad. Quieres permanecer cerca de mí para recordarme que soy parcialmente culpable de lo que eres ahora. ¿Una diosa? No, una mujer gato. Considera esto como tu orden de restricción. Déjame en paz.

jueves, 27 de agosto de 2009

Charada



Charada es una película que no es muy recordada hasta ahora, salvo por los fanáticos de Cary Grant y Audrey Hepburn. Es una lástima, puesto que existen muchas razones para recordarla y considerarla una de las mejores películas que se pudieron haber producido en la década de los 60... y probablemente en la historia del cine a color.

Es una comedia ligera enriquecida. Contiene elementos del más puro suspenso y momentos de terror en los que los malos hacen más que dar un susto repentino a Audrey Hepburn. Pero los cambios son tan sutiles que pueden ir de lo cómico a lo misterioso y a lo romántico sin que se sienta la trancisión. Algo que pocas comedias pueden lograr.



Es, además, una de las películas que muestra la colaboración entre Audrey Hepburn y Givenchy. Y en Charada ella aparece modelando las últimas novedades del diseñador francés. ¿Se necesita decir algo más?

Por otro lado, su personaje es la heroína perfecta para Hollywood: es extremadamente femenina, es necia, está desesperada y por consiguiente está en una istuación perfecta para que un hombre la salve. Pero no es sólo una muñeca, tiene la lengua y el pensamiento lo suficientemente rápidos como para que el personaje de Grant considere ejecutar sus planes con ella.



El filme, además, contiene suficiente intriga como para dejar al público con ansias de más. ¿Sabe miss Hepburn más de lo que dice? ¿El personaje de Grant es bueno o malo? ¿Por qué el personaje de Walter Matthau ha orientado al de Hepburn? ¿En verdad está en peligro de muerte? El filme se guarda lo mejor para el final.

Charada no podría ser lo que es sin la ciudad en la que se filmó. París es el escenario perfecto para un filme que combina romance, glamour, intriga y elegancia. El espacio simplemente cumple con las exigencias del guión sin que se vea una necesidad evidente por forzarlo para que embone con la ciudad. Algo que otras películas hacen, por desgracia.



Y ya que mencionamos el guión, debemos decir que es una joya. El uso de la sorpesa es... vaya, sorprendente. No es una película anodina que depende de los sustos y los gritos para cautivar al público. Depende de qué tan abiertos tienen los ojos el personaje de Audrey Hepburn... y los espectadores.

Los diálogos también son fluidos. Pertenecen aún a la época en la que los malos trataban a las señoras con un cierto respeto y en el que las escenas de amor dependían más del diálogo ingenioso que de la pasión. El guión parece haber sido realmente meticuloso porque no hay nada fuera de su lugar. Y eso se percibe inmediatamente en una película.

Las escenas románticas entre Grant y Hepburn son una prueba. No derraman miel ni son ofensivas. Son una entretenida danza entre una mujer que se siente inevitablemente atraída hacia un hombre en quien no confía del todo y un hombre que trata de mantener su distancia con ella, a pesar de acortarla en ciertos momentos.



Y si a eso le añadimos el sentimiento de claustrofobia, tenemos una bomba. Porque, a pesar de estar en París y vestida de Givenchy, a pesar de estar enamorada y ser ingeniosa, Regina Lampert (el personaje de Hepburn) cayó en una trampa y no puede escapar sin ayuda. No va a encontrar una salida hasta que siga las indicaciones. Y la película es muy clara en ese aspecto.

Charada ya fue reinterpretada en 2001. Fue un remake espantoso, que agriaba una buena historia al incluir sexo, demasiada sangre y a Charles Aznavour (quien canta maravillosamente pero estaba totalmente fuera de lugar en la película). Esto ha tenido un buen resultado para el filme original, porque ha sido revalorado y considerado un millón de veces mejor que la basura contemporánea que intentaba imitarlo.



Como dicen, Charada es el mejor filme de Alfred Hitchcock que Hitchcock jamás realizó.


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Con este post finalizo el ciclo sobre películas. Por cierto, chequen mi colaboración con Botica Pop aquí

lunes, 24 de agosto de 2009

North By Northwest



Puede que esta película esté entre las diez mejores de Hitchcock por muchas razones: asesinatos creativos, un protagonista enredado accidentalmente en una sucesión de intrigas, un clímax impactante y la presencia de una hermosa y misteriosa mujer, una rubia platinada que encarnó Eva Marie Saint.


(no quise dejar pasar esta imagen, obra del diseñador gráfico Saul Bass. Algún día hablaré de él en este blog)

La rubia Hitchcock es omnipresente: un personaje que puede ser bueno, malo o ambiguo. Es femenina y elegante. ¿Su principal virtud? La inteligencia, por supuesto.. Una rubia Hitchcock es una mujer contemporánea perfecta, porque no se siente cómoda en el papel de un objeto sexual, se desliza con gracia en todos los ambientes. Porque puede modelar las últimas creaciones de Christian Dior en un baile al que asistió porque tiene una misión secreta por cumplir. Porque se enfrenta a un hombre y lo pone en su lugar, al punto que éste debe recurrir a la amenaza para emparejar la situación.



Hitchcock moldeó así a casi todas sus actrices. Desde Ingrid Bergman hasta Doris Day (Julie Andrews no cuenta porque era demasiado dulce). Desde Grace Kelly hasta su imitadora barata -por órdenes del director- Tippy Hedren, todas seguían un modelo. Pero, como saben, las tres mejores siempre fueron Ingrid Bergman, Grace Kelly y Kim Novak. No obstante, Eva Marie Saint es, aunque menos icónica, la cuarta rubia más importante.

Saint proyectaba una fuerza que sólo se compara con la de Kelly y Bergman. Mantiene su esencia por toda la película a pesar de las situaciones a las que se enfrenta. Es una mujer que deja tras de sí un leve rastro de perfume. Una mujer que usa guantes, camina erguida, no se queja por andar en tacones y usa un traje naranja, uno de los trajes más hermosos de la historia del cine, sin que el color distraiga la atención. Una mujer que se pinta los labios de rojo.



Podríamos crear una historia alrededor de ella, la femme fatale hitchcockiana en su máxima expresión: puede -o no- haber nacido en buena cuna. Puede haber tenido una educación privilegiada, complementada con clases de filosofía y modales. Puede haber visitado Europa... o no. Puede haber caído en desgracia por una vuelta del destino, o por seguir un camino equivocado. Puede, o no, haber sido engañada por un hombre en el pasado. Puede haber trazado un plan mental para escapar de esa situación tan incómoda... o no. Puede tener en mente matar a sangre fría, o tal vez no.



Pero el amor se interpuso en su camino y le dio fuerza para escapar. A diferencia de las otras femmes fetales, la rubia Hitchcock, sea mujer fatal o no, es apasionada. En otros ámbitos es fría, pero no en el amor. Y no teme mostrar sus sentimientos, lo cual la fortalece frente al cliché de la mujer calculadora.

Esta rubia Hitchcock es como la princesa que está custodiada por un dragón. Un dragón que escupe balas en vez de escupir fuego y amenaza con destruir a todo un reino si no se cumplen sus demandas. Pero la princesa, en vez de sentarse a llorar su desgracia, llama al príncipe y, mientras que éste combate con el dragón, busca los puntos débiles de éste último para derrotarlo.



El hombre que viene a rescatarla no es un príncipe en una armadura reluciente. Más bien es un hombre elegante con dudas existenciales y un nulo sentido de la oportunidad. Alguien que fue empujado a esa situación y quiere salir a como dé lugar. Y no es que desprecie ayudar a una guapa mujer, pero para él está primero salvarse y después todo lo demás. Y la rubia lo sabe.

Sabe que su príncipe es un hombre inseguro que lucha con la desesperación de un animal acorralado. Sabe que si le muestra la salida antes de tiempo lo va a perder y por eso se reserva esa información. Sabe que el dragón puede aplastar a su príncipe y por eso lo distrae. Al final, mide fuerzas con los dos.



En fin, es un filme complejo con una mujer compleja. ¿Qué más se puede pedir?

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PD: Para mis lectores en España, ¿puedo pedirles un favor? Podrían buscarme un libro llamado La conspiración de la moda de Nicholas Coleridge? Les agradecería infinitamente.

viernes, 21 de agosto de 2009

Cantando Bajo la Lluvia



¿Qué habría pasado si este filme no se hubiera realizado nunca?

Imaginemos: es 1951 y Hollywood está produciendo más sueños que todos los colchones del mundo. Los dueños de los estudios saben que deben cambiar de tema pronto: la guerra ya acabó y los nazis no les servirán para siempre. La gente no querrá más filmes negros, o comedias, o cualquier género que tenga que ver con la guerra. Quieren que el cine sea como un par de pantuflas mentales. Quieren seguir soñando.

Y aparece el musical para salvarlos. Un género que pocos deseaban y que era tan popular (dentro de Hollywood) como salir con ropa ligera en medio del invierno. Después de su auge inicial en los 30, había decaído poco a poco y apuntaba hacia una muerte segura. Los dueños de los estudios no quieren invertir realmente en un musical porque es costoso y riesgoso. Como aún no entraban en sintonía con el público, no sabían que en muchas partes del mundo el género era tan deseado como el primer día.



Pero lo piensan seriamente. Aunque el dinero corre a raudales, malgastarlo es pecado. Ya no son los 20 y la gente mira con mucho recelo a los derrochadores. Y están seguros de que va a fracasar. Seguros.

Y entonces lanzan Un Americano en París. Y se vuelve un éxito rotundo. Pero saben que necesitan apuntalar ese éxito con otro filme. ¿Pero cómo? Y mientras lo meditan, un guionista sugiere integrar algunos números musicales antiguos en un filme que de algo de nostalgia a la gente. Y de este modo nace Cantando Bajo la Lluvia.



Le llaman el musical perfecto. No es bobo, es fluido y tiene secuencias extremadamente hermosas. Es un filme perfectamente coordinado y no abusa de los números musicales para rellenar un vacío en la historia. Está bien planetado y homenajea a Broadway en un momento muy particular de su historia. Tiene actores talentosos y una historia de amor aderezada por el contexto.

Algunos filmes se vuelven icónicos por la belleza de una actriz en una escena, por la tensión de sus escenas, por una canción o escena que conmueve al público hasta las lágrimas. Lo icónico de Cantando Bajo la Lluvia es una escena que da título al filme. Una canción que pone de buen humor a casi todos, un momento sin precedentes en la historia del cine. Un producto cultural, una referencia que ha sido parodiada cientos de veces (quizá Naranja Mecánica lo hizo mejor, tan sólo con usar la canción). Una auténtica muestra de lo que llaman la joie de vivre.



Una escena en una sola toma. Una escena simple. La esencia más pura del género musical en menos de cuatro minutos. Cuatro minutos. Una sola toma. Miles de sueños en la cabeza de cada espectador. Un ícono.

Si este filme no se hubiera realizado nunca, posiblemente el musical sería un género que habría vuelto al teatro para no dejarlo jamás. No existirían otros grandes musicales y Hollywood habría adelantado la crisis que sufrió en los 70. A nadie le diría nada el nombre de Gene Kelly y la lluvia no tendría tanto encanto. Ni el tap.



La película no sólo es interesante por el aspecto visual y musical, sino porque es particularmente documentada en cuanto al estilo de vida de los 20. Usualmente Hollywood es muy anacrónico pero en esta película nada está fuera de su sitio. La época está tan bien recreada (en los decorados, los extractos de película, la ropa, los automóviles y aparatos) que es un grata sorpresa. Es tan exacta que parece como si el director y su equipo hubieran viajado a 1927 para filmarla en Technicolor. Y, curiosamente, es un aspecto que casi nadie reconoce de este filme.

Otro aspecto es el aprovechamiento del momento histórico. En la película se captó la filosofía de la década: diversión, música y banalidad al por mayor. Y lo más importante, está basado en un momento determinante para las artes: el cambio de los filmes mudos a las películas habladas. Un universo nació y muchas personas se quedaron fuera de él al no adaptarse a sus cánones. Un momento histórico que sirve para reflexionar.



Imaginemos que nunca existió. Es difícil hacerlo, porque la película es imprescindible. ¿No es acaso una pieza importante en el cine?

sábado, 15 de agosto de 2009

Sin Aliento



Tenemos miedo y nuestras inseguridades nos dominan. Ellas nos pueden empujar a hacer cosas que mucha gente criticaría, y tal vez podríamos amordazar a neustra conciencia diciendo que fue lo correcto. Pero en algún momento la duda regresaría ¿Realmente hicimos lo correcto?



La culpa es una cosa terrible. No es fácil deshacerse de ella y nos puede volver locos. Como una mosca, vuelva alrededor de nsotros y el ahuyentarla con una mano no hace que se vaya. Nunca se va del todo. Se hace presente y nos tortura a cada paso que damos, como una espina clavada en el talón.

Cuando creemos que nos olvidaremos por siempre de ella, cuando podemos retomar nuestra vida normal, cuando nada parece indicarlo surge en nuestras mentes una pregunta que nos deja fríos: ¿estás seguro que hiciste lo correcto?



Sin Aliento es una película snob por excelencia. Cualquiera que se precie de saber algo de cine, sea cierto o no, ha visto esta película. En efecto, ha sido aplaudida por muchos críticos y no es una película particualrmente aburrida. Sin embargo, amar a Sin Aliento de verdad es una rara virtud, en especial porque muchos tratan de interpretarla en lugar de disfrutarla.

El filme es espontáneo. Todo, desde los diálogos hasta el vestido rayado de Jean Seberg. El guión, la idea de filmarla en blanco y negro, el incluir a una estadounidense en una de las películas más francesas de la historia. El hacer un retrato incidental de un París reconstruido y clasemediero. El mencionar a Dior de pasada.



A pesar de la espontaneidad de la película, el personaje de Jean Seberg es realmente complejo. Podemos leer sus emociones desde el momento en que se encuentra con el personaje de Jean Paul Belmondo. Primero está contenta, después enamorada y súbitamente cae sobre ella la sombra de la duda.

Jean Seberg se pregunta a cada momento si está haciendo lo correcto. Trata de fingir que no sucede nada pero como espectadores podemos ver que es presa del miedo y la culpa. Sus gestos son sutiles porque en el filme no hay lugar para la sobreactuación, pero se pueden adivinar. A veces se queda callada mirando hacia ningún lado y otras sonríe.



La actriz se mueve como pez en el agua en la película. Tiene su lugar bien establecido y lo defiende con una actuación natural y una belleza increíble, acentuada por su pelo corto. Ese corte no es fortuito: acentúa sus facciones y, por consiguiente, sus expresiones. Además, con ese corte natural es un oasis en el desierto de los peinados de los 50. No es artificioso como esos permanentes hechos en masa.

Sin Aliento no deja mucho más que decir. Es mejor no buscar significados escondidos. Es sólo una historia cotidiana, una mujer extraordinaria, miedos e inseguridades. Es sólo eso.

lunes, 10 de agosto de 2009

El Gran Gatsby



Hoy las vi. Como siempre iban en grupo, con el pelo bohemiamente recogido, poco maquillaje, zapatos cómodos y vestidos que ondeaban al viento. Exactamente iguales a cuando las conocí. Me sonrieron y recordé que eran, como dice una canción que habla de "those girls that smiled kindly, then ripped your life to pieces".

Hace tiempo fuimos un grupo. O más bien, pertenecí a ellos. Nos llamaban Bright Young Things o simplemente éramos los tipos que dejábamos lo que estuviéramos haciendo cuando una fiesta se cruzaba en nuestro camino. Ellas eran lo que ahora se llamaría hippie chic, nosotros teníamos buen gusto y las hacíamos reír. Embonábamos perfectamente.

En esa época nos comimos al mundo. Cada noche era una explosión de fuegos artificiales. Éramos libres, vivíamos aceleradamente algo que debía ser en una época tan maravillosa como la nuestra. ¿Cómo no hacerlo si todo se podía comprar con dinero y la diversión más salvaje se podía lograr con un poco de buena música?

Con ellos descubrí mi personalidad. Como dicen los psicólogos, tan de moda en esos días, mis problemas se solucionaron mágicamente al descubrir que tenía mi lugar en el mundo. Y es que un grupo tan alegre y talentoso como el nuestro coloreó la gris existencia de aquellos días y marcó la pauta que después imitadores de poca monta quisieron seguir, con diversos resultados.



Vivíamos montados en un bólido de metal, nuestra gasolina era el alcohol etílico, nuestra banda sonora era lo más interesante, nuestro presente deseaba fervientemente ser vivido en ese momento, nuestro dinero nos abría todas las puertas y nos garantizaba más conexiones. Más fiestas, más locura, más diversión.


Y en uno de esos giros raros del destino, de repente, me vi fuera de ese bólido y al regresar a la realidad, el golpe fue más fuerte de lo que había imaginado.


Muchos ricos no tienen sentimientos profundos. Ni las personas que sólo piensan en fiestas y diversión. Es feo saberlo, pero es peor vivirlo. Creer en una bondad inexistente y en que podemos ser lo suficientemente imprescindibles como para que no me olviden nunca. Creer que nos aman del mismo modo en que los amamos. Eso es ser ingenuo y no otra cosa.

Nunca me sentí tan solo e incomprendido como ese invierno. Sé que la mitad del mundo sentía la misma incertidumbre, que mucha agua había pasado por el puente desde que el otoño comenzó, pero no estoy seguro, y habría dado todo lo que poseía para volver a estar con ellos y reír de una forma tan estruendosa con un cigarrillo en la mano y un vaso de whisky en la otra. Nunca un invierno me había parecido tan duro y frío como el que viví ese año.

Cecil Beaton, al escuchar lo que sufrí ese invierno, me ofreció la solución de un modo tan simple que parecía infantil. Ridículamente sencillo. Me dijo: "construiste tu vida -o ese periodo de tu vida- basándote en conceptos falsos, artificiosos, materialistas, infantilmente románticos, epicúreos". ¿Cómo pudo contener tanta verdad en una oración tan pequeña?



Lo cierto es que veía a esas personas que caminaban por la calle con esa expresión de honda preocupación, o leía sobre los millonarios que se lanzaban por la ventana y me sentía igual de mal que ellos, porque cuando algo destruye el pequeño mundo que uno se ha creado, es algo terrible. La nieve y las calles solas me hacían sentir peor. En mi vecindario, las fiestas de Año Nuevo ya no se oían como antes. Habían menos risas y más silencio. Yo sólo estaba sentado en mi sala, a oscuras, bebiendo de algún sórdido licor que nuestra última fiesta nos había dejado. Bebiendo de mis recuerdos.

Me torturaba con mis pensamientos. Golpeaba la pared porque me negaba a aceptar la verdad. Uno cree que tiene una conexión especial con ellos porque se embriagaron juntos, fueron juntos a una fiesta, se confesaron secretos, bailaron, rieron y salieron a algún balcón a fumar mientras miraban las estrellas con una sonrisa en los labios. Ese es el error.

Pero en cuanto dejamos de ser divertidos salen por la puerta para no volver jamás... y si por casualidad nos encuentran, nos saludarán con el mismo gusto de antes y es cuando se percata uno que esa empatía que nos profesaban era probablemente ficticia.



Pero en el fondo sabía que éramos dos especies distintas. Compartíamos algunas características: teníamos (o más bien, tenemos) ansias de vivir, éramos alegres, resaltábamos entre una masa de gente anodina por nuestra personalidad. Pero éramos diferentes. Porque yo no temo a la rabia y la tristeza y ellos sí.

En su mundo nada puede tocarlos, viven en una burbuja en la que cualquier desgracia ajena es un suceso desafortunado que no les interesa en demasía. Ríen a carcajadas, sosteniendo una copa de champaña en la mano y se cierran al sufrimiento, porque lo han conocido y no quieren convivir con él o prefieren no experimentarlo. Su realidad es dorada, sin rastros de negro.

Pero tienen un lado oscuro: abandonar a uan persona o un lugar porque ya no es divertido o interesante. Quizá no están conscientes que su lado oscuro sale a relucir aunque intenten reprimirlo y hace mucho, mucho daño. Quizá entren en dudas existenciales cuando están solos y sienten que la oscuridad los rodea. Pero unos tragos y música fuerte bastan para mantenerla a raya.

Me tomó tiempo comprender que era un final natural. No es que los Bright Young Things fueran demasiado egoístas (que lo eran, uno más que otras) o que algo hubiera salido mal sino que, tal y como sucede en las montañas rusas, subimos y subimos hasta llegar al techo del mundo y a partir de ese punto no podíamos sino descender.

Mantener su ritmo me habría matado. Ellos son caballos salvajes y, en su libertad, corren a una velocidad que casi nadie podría igualar. Yo tenía demasiado peso encima como para ser tan veloz como ellos y podía correr tras de ellos a una cierta distancia. Hasta que esa distancia se fue haciendo cada vez más grande y, aunque corriera con todas mis fuerzas, nunca correría junto con ellos. No tenía otra opción más que dejarlos ir.



Con el tiempo la tempestad se calmó. Volví a la normalidad, encontrando el goce en una casa en el campo o un día lluvioso y ellos siguieron su camino hasta que él se fue separando, sumiéndose en la más profunda oscuridad, víctima de sí mismo. Ellas siguieron su camino, frescas como la brisa, a través de nuevas fiestas y diversiones.

Supe que tuvieron peleas. Momentos en que, instigados por el alcohol, se gritaron cosas terribles y estrellaron vasos de cerveza contra el suelo. Lágrimas y una sombra de tragedia que se quedó alrededor de sus ojos para siempre. No me alegro. Como dije antes, están en una montaña rusa y por esos descensos tendrán un ascenso igualmente dramático. Deben aguantar eso si quieren estar juntos. Y creo que lo comprenden.

Pero eso no quiere decir que extrañe esa época. Cada vez que veo un vestido rosa pálido con lentejuelas, o escucho a un grupo de amigos reír histéricamente, me vienen a la mente aquellos años que ahora insisten en llamar "locos" en los libros de Historia. Me pongo un poco serio y sigo mi camino, porque sé que ese tiempo no volverá y todos estamos bien separados.

jueves, 6 de agosto de 2009

La Ventana Indiscreta



Nos gusta ver, ser los espectadores. Es el morbo que se encuentra enterrado en el fondo de nuestras buenas costumbres. Ver una pareja besándose en el metro sin que lo noten nos da una sensación de complicidad. Tal vez por eso las películas han tenido tanto éxito, porque nos vuelven cómplices de los personajes.

Alfred Hitchcock decía que, si por casualidad viéramos a una vecina desnudándose en el edificio de enfrente, uno 90% de nosotros se quedaría mirando sin decir "esto no es de mi incumbencia". Y es verdad. Pasamos por escenas tan sórdidas cubiertas por el manto de la cotidianeidad que nos acostumbramos a mirar. Nos hace sentir bien.

Pero ¿y si al mirar encontráramos algo macabro? ¿Nos sentiríamos culpables o nuestra curiosidad aumentaría? Bajo esa premisa Hitchcock dirigió La Ventana Indiscreta. Una historia que ha sido parodiada y homenajeada miles de veces en películas y series de televisión, se puede resumir en un par de oraciones: un fotógrafo con una pierna rota descubre que su vecino ha asesinado a alguien. Él y su novia deciden ir al fondo del asunto, por peligroso que sea.



¿Y ya? Sí, y ya. Pero le encanto de Hitchcock radicaba en lograr que historias tan simples como estas se vuelvan emocionantes e irresisitibles. En escenas cortas y aparentemente carentes de importancia daba las claves del misterio. Sus desenlaces dejan al público aferrado a la butaca: ¿se salvarán los protagonistas? ¿quién es el asesino o el traidor? ¿cuál es el secreto? El suspenso no sería tan atractivo sin la influencia de Hitchcock.

El director inglés en ocasiones se retaba a sí mismo para lograr mejores resultados: prescindía de la música (como en Los Pájaros), del color (Psycho), del protagonista de la película (Rebecca) o de un set elaborado (Lifeboat). Y sus riesgos solían tener resultados positivos que se han quedado fijos en nuestra memoria.

En La Ventana Indiscreta decide prescindir de un espacio amplio. El espacio de la película no va más allá de lo que la ventana del protagonista nos puede mostrar: el patio trasero de un edificio. La vida privada de los vecinos, algo que nos produce tanto morbo (y en ocasiones envidia)sirve como pretexto para que el guión se desarrolle.



Hitchcock hacía cómplices a los espectadores. Sabe que sus convenciones morales dicen que espiar es malo pero no es algo que le interese. Los lleva de la mano a descubrir el oscuro secreto de ese reducido espacio. Todos sabemos que descubrir la cloaca debajo del estilo de vida norteamericano es uno de los temas favoritos en las artes.

El filme no sería el mismo sin la presencia de Grace Kelly. Su personaje rompe con todos los esquemas de una damisela en peligro o mujer sensual de los filmes de la época. El personaje de Kelly es encantadoramente frívola... pero no es tonta. Es suave como la seda, por eso su determinación y su atrevimiento no parecen groseros. Es una mujer con agallas y podría ser un objeto de estudio para algunas feministas.

Grace Kelly nunca se vio mejor. Nunca. Las tres películas que filmó con Hitchcock (Dial M For Murder, La Ventana Indiscreta y Para Atrapar Al Ladrón) parecían creadas ex profeso para ella. Y los personajes que interpretó satisfacían el ideal de la rubia Hitchcock. Lo tenían todo y ella podía mantener el mito dentro y fuera de la pantalla porque en teoría (no se puede saber a ciencia cierta) era esa mezcla de atrevimiento, inteligencia y clase.



El fetichismo del director es un secreto a voces. Podemos resumir la relación de Hitchcock y sus mujeres con tres actrices: Ingrid Bergman, Grace Kelly y Kim Novak, la rubia Hitchcock perfecta, aunque las dos primeras la superaron en talento. Por eso Hitchcock prescindió de sus servicios.

Grace Kelly brilla en esta película y el vestuario es un mero adorno más. Es una muestra de que un vestido impactante y una actriz con personalidad son dos fuerzas que se compensan. ¿Acaso es muy difícil? No, pero era más fácil en los 50 que ahora, porque el star system protegía a sus estrellas de las fotos indiscretas y los escándalos. Tal vez ahora Grace Kelly se vería ensombrecida por los chismes alrededor de su persona y su trabajo pasaría segundo plano. Y una película como esta sería sólo una referencia, de aquellas que hacemos de pasada.

domingo, 2 de agosto de 2009

Network


(click para hacer más grandes)


Una mujer ambiciosa no tiene por qué ser una villana de telenovela. En ocasiones son mujeres con la visión y determinación suficientes como para llegar a la meta que se proponen. No necesariamente tienen que ser colegas histéricas e inmorales que hacen la vida imposible a alguna pobre muchacha. Porque una verdadera mujer ambiciosa sabe que tener demasiados enemigos puede arruinar sus planes.

No necesita arrebatarle nada a nadie. ¿Para qué hacer un despliegue innecesario de superioridad? Al fin y al cabo puede tener lo que quiera si sabe trazar un plan y llegar a él. Tal vez por eso una mujer ambiciosa con cierta prudencia se vuelve "emprendedora". Descarta las intrigas y no teme al trabajo duro.



Una mujer ambiciosa no es un objeto sexual. Sabe que es una estrategia que en otro tiempo era muy útil para la mujer pero hacer uso de ella ahora le parece vulgar. Las reglas del juego han cambiado mucho y ella sabe jugar limpio -y sucio, en ocasiones-, así que no necesita esa estrategia. Además, tiene una reputación que mantener.

Una mujer ambiciosa sabe esperar. Está consciente de que un ascenso rápido en seis meses será visto con muchas sospechas, pero si es en tres o cinco años nadie podrá reprocharle nada. Sabe cómo conquistar el terreno palmo a palmo, por medio de pequeñas victorias. Sabe que hay momentos en los que debe ser la estrella y momentos en los que debe ser una actriz secundaria.



Una verdadera mujer ambiciosa no necesita sacar las uñas a la menor provocación. Al menos una mujer ambiciosa e inteligente, porque sabe que el estar a la ofensiva (o defensiva) siempre es un signo inconfundible de inseguridad. Y ella puede ser firme pero no siempre agresiva. Además, la agresividad no es necesaria cuando existe la negociación ¿o sí?

Una mujer ambiciosa tiene ideas. Ideas revolucionarias que cautivan a los hombres, interesan a algunas mujeres y hacen las veces de elevador. No puede quedarse quieta mucho tiempo y por eso la idea de ser un ama de casa no le parece encantadora. Se gana el respeto de sus compañeros de trabajo y eso la hace sentir plena.



A una mujer ambiciosa le aburren los discursos femeninos extremistas que escucha de vez en cuando. No es exactamente fanática de Beauvoir (¿cómo se le diría? ¿Beauvoirista?) y piensa que Valerie Solanas es una loca. Le gusta tomar por aliado a un hombre porque puede acelerar un proyecto de ese modo ¿Que si son cerdos? Algunos, pero no todos son estúpidos. Sabe que a muchos hombres les atrae mucho tener un mano a mano profesional con ella.

Una mujer ambiciosa sabe que su mejor carta de presentación es ella misma. No tiene demasiado tiempo para hojear una revista de modas o ir de compras pero está pendiente de "lo nuevo". Busca ropa bonita y cómoda para verse bien y ser aún más encantadora. Porque sabe que un hombre respeta más a una empleada "presentable". Y eso es triste pero cierto.

Ella preferiría ser Faye Dunaway a Farrah Fawcett, porque Farrah nunca dejaría de ser una poster girl mientras que la Dunaway puede granjearse el respeto de sus contemporáneos y demostrar su talento con un Oscar... como el que ganó por esta película.



Diana Christensen, el personaje interpretado por Faye Dunaway no es precisamente una chica Cosmo, aunque podría tener un par de buenos consejos profesionales a las chicas Cosmo de oficina. Está casada con su trabajo, así que tiene poco tiempo para hombres, aunque no les cierra la puerta. Considera que la palabra "manipuladora" tiene connotaciones negativas y prefiere ser "creativa". Y es suficientemente inteligente como para aceptar consejos de otros, aunque no siempre le guste lo que le aconsejen.

Diana es el prototipo de mujer profesionista de los 70, aunque en su fase más oscura. Es una workaholic, una de esas mujeres que podemos ver ahora viejas y tristes porque tuvieron que decidir entre el trabajo y la familia y escogieron el trabajo. Es una mujer que pasa el tiempo en su oficina, a pesar de estar físicamente lejos de ella. Alguien que ve una relación como un modo de enriquecerse con los conocimientos del otro. Alguien que no da mucho amor porque su mente está en otro lado. Y, por supuesto, una mujer ambiciosa y muy inteligente. Es una mujer real, pero ninguna profesionista quiere mirarse en su espejo.... y en muchas ocasiones terminan siendo clones de Diana Christensen.



Una mujer es quien revoluciona los contenidos de la televisora en este filme. Es quien tiene una idea concreta de lo que gustaría al público, porque es joven y sensible a los vientos del cambio, a diferencia de sus superiores, reporteros de la vieja guardia con una forma muy conservadora de ver al mundo.

Una mujer es quien crea una nueva ética de trabajo, al intervenir en juntas y "democratizar" a la cadena televisiva. También busca promocionarla agresivamente, sin importar que su nueva ética no coincida con la moral del pueblo. De todos modos se acostumbrarán. Una mujer es quien revoluciona los medios.



Porque una verdadera mujer ambiciosa no necesita bajar diez kilos y pregonar su amor por Marc Jacobs para lograr lo que se propone. No necesita ser hipócrita o aduladora porque sabe que muchos hombres -y mujeres- valoran más a una colega sincera que a una alfombra humana. Las alfombras son decorativas, las colegas son útiles.